El Jueves Santo, día en que Jesús instituyó el Sacramento del Orden sacerdotal, uno de los regalos más grandes que nos dejó Jesús. ¿Quién no conoce algún sacerdote? ¿Quizás algún sacerdote te ayudó a ver la vida más alegre con un gesto o una palabra?
Recordamos ese día en que Jesús se reunió con sus discípulos en torno a la mesa, para cenar juntos por última vez. El Señor en estas últimas horas, con sus palabras y con sus hechos nos hace 3 regalos: La institución de la Eucaristía, el Mandamiento del amor y el sacramento del Sacerdocio.
Algunos pueden pensar que lo más importante que puede hacer un sacerdote es consagrar el pan y el vino, bautizar, confesar, celebrar matrimonios, puede bendecir, ungir a los enfermos, puede hacer mucho bien sirviendo a las personas que necesitan en el cuerpo y el espíritu. Y ciertamente estos aspectos son valiosos, pero no es que su dignidad sea únicamente en función a su quehacer o su profesión. Sus obras pueden ser buenas, buenísimas y necesarias, pero no lo son todo. Con este criterio podría también decirse que aquellos sacerdotes que no brillan por sus obras, que no son los más famosos por sus acciones de caridad, o que incluso obran mal pueden ser etiquetados como menos válidos.
Dado que la manera de pensar contemporánea nos mueve a considerar el valor en los resultados, los éxitos, lo tangible, lo productivo, puede que nos perdamos de vista de los aspectos más esenciales. En el caso de los sacerdotes es muy importante recordar que su identidad, lo más hondo de su ser están marcados, escogidos desde siempre personalmente por Él para que sean sus embajadores y representantes, que sean otros Cristos en la tierra, que sean para los demás luz de Dios, no sólo en lo que hacen sino en lo que son, en el sello divino recibido en el Sacramento del Orden.
También sabemos que no son las cualidades personales, pues Jesús escogió a sus discípulos que no eran perfectos, que no eran cultos, que tenían muchas equivocaciones, que no eran las personas más representativas de la sociedad; pero ciertamente la lógica y la mirada de Dios traspasa lo aparente y superficial. Esta condición de fragilidad humana no los limitó en emprender la misión que el Señor les encomendó y para que Dios obrará maravillas a través de ellos.
Sabemos que en la actualidad el sacerdocio no es bien visto por algunos y hay quienes no confían en ellos. Sabemos que ha habido muchos errores graves, que varios no han sido coherentes ni han sido siempre ejemplares. Pero esto no indica que no haya muchos buenos y fieles a su identidad y a su vocación, que no haya de los que apasionados encarnan a Cristo en el mundo y lo hacen presente a los demás.
La vida del sacerdote no es fácil. Tiene que dejar el hogar de sus padres y privarse de tener una familia propia. Educan y forman a miles de fieles, que muchas veces terminan haciendo lo contrario a sus consejos.
Algunos incluso pasan hambre, sed y frío por llevar el Evangelio a lugares recónditos. Otros son incomprendidos, perseguidos y calumniados por anunciar la verdad. Es por eso que en este día, te invitamos a que en este día puedas rezar por los sacerdotes, para que no les falte la fuerza del Espíritu y puedan seguir haciendo presente a Jesús en tantos altares y lugares del mundo, que su vida sea siempre, a imagen de Cristo, sirviendo a sus hermanos, especialmente oremos por nuestro capellán, Padre Ramón Henríquez Ulloa.